La más reciente aventura de Kratos en tierras nórdicas nos mostró cómo la paternidad puede llevar al ser humano a sacar lo mejor de sí mismo para poder redimir sus pecados.
Aunque no tengo hijos, comprendo que el nacimiento de un hijo suele ser un punto de inflexión en la vida de los seres humanos. Y esto se debe a que la llegada de un recién nacido implica un cambio radical en el estilo de vida de las personas; se deben dejar de lado muchas cosas para poder asumir esa importante responsabilidad de criar a un nuevo ser.
Sin embargo, en algunas ocasiones hay un detalle bastante importante que se suma a esta ecuación. Y es que ciertas personas allá fuera son conscientes de que, a lo largo de su vida, han cometido errores que tal vez jamás se vayan a perdonar. Por ende, cuando llega la oportunidad de convertirse en padres, ven en aquel suceso una oportunidad para mejorar como ser humano.
Y aunque esto puede verse como algo sumamente egoísta, la verdad oculta un trasfondo más profundo que esto. Pues el ser humano, al hacer una retrospectiva de su vida, se da cuenta de que no desea que su descendencia cometa sus mismos errores, por lo que se van convirtiendo en más que un padre; se vuelve un mentor para sus hijos.
Una odisea llena de tragedia y muerte
Pese a que el tema de la paternidad no es uno de los tópicos más concurridos en el mundo de los videojuegos, hay personajes que lo muestran a la perfección. Posiblemente, el mejor ejemplo de ello es Kratos, el protagonista de una de las mejores sagas que Sony ha creado: God of War.
A lo largo de su historia, vemos como el protagonista se va corrompiendo en su búsqueda de ser el mejor guerrero de toda Grecia, al grado de vender su alma al Dios de la Guerra Ares. Tras ese suceso, la vida de Kratos da un giro de 360 grados, pues se convierte en una máquina asesina, sedienta de sangre, aún si ésta proviene de gente inocente.
Pero esa necesidad de poder hacer que el temible espartano pierda toda su humanidad, llegando a las últimas consecuencias; la muerte de su familia por sus propias manos. Aquella búsqueda por ser el guerrero más fuerte de todos lo convierte en la muerte encarnada. Se transforma en el legendario Fantasma de Esparta.
Y ese suceso jamás podría olvidarlo, porque las cenizas de aquellas víctimas que Kratos había cobrado se impregnan en su piel, como un recordatorio del monstruo en el que se había convertido.
El viaje para redimirse
A lo largo de la serie, vemos la búsqueda desesperada que Kratos hace con tal de redimir sus pecados. Pero muchas veces ese viaje se vio frenado por la actitud tan cruel y despiadada del personaje, quien antepuso sus deseos de venganza en contra de aquellos a los que creía los culpables de todo su sufrimiento, y poco a poco comenzaba a regresar a ese camino lúgubre.
Sin embargo, todo esto cambia cuando llegamos al tercer juego numerado de la franquicia, en donde el espartano, durante su búsqueda por la Llama del Olimpo, finalmente acepta que él también fue el responsable de todo lo que le ocurrió en estos años. Y ahí se da cuenta que no ha podido redimirse porque no se ha perdonado a sí mismo tras esa fatídica noche.
Aunque God of War III hace mucho énfasis en el perdón, no es hasta el final del juego, durante la exploración del subconsciente de Kratos, en donde finalmente tras varios años de cargar con la culpa de haber arrebatado la vida de su familia, se perdona a sí mismo.
Y esa culpa se convierte en poder.
En esperanza.
Tras sacrificarse usando la Espada del Olimpo para esparcir la esperanza por el mundo, tal parece que Kratos finalmente puede descansar en paz. Pero nos damos cuenta que él posee una maldición que es peor que todas las atrocidades que ha cometido en su vida; no puede morir. Y al ser inmortal, decide emprender un viaje alejado de la tierra que lo vio convertirse en monstruo para vivir su vida como un hombre, tratando de buscar su ansiada redención.
Un nuevo comienzo
Al llegar a tierras nórdicas, Kratos ve su llegada a este territorio como una oportunidad para tratar de redimirse. Además de ello, conoce a su segundo gran amor en la vida, Faye, una mujer con grandes dotes para el combate, pero llena de justicia y bondad. El amor había nacido una vez más en el espartano.
Fruto de ese amor nacería Atreus, y con él, la segunda oportunidad que Kratos tendría para ser padre. Sin embargo, el personaje se muestra distante con su descendencia, al grado de dar a entender que su hijo no era su prioridad. Y esta supuesta indiferencia era notoria por el pequeño guerrero.
Pero no lo que no se sabía es que Kratos no sabía cómo dirigirse ante su hijo, y se escudaba ante esa frialdad para tratar de ocultar su pasado. Como si hubiese sido la señal que necesitaba para poder darse cuenta de que tenía que purgar sus pecados para así, convertirse en el mentor que su hijo necesita.
¿Cuántas veces hemos sentido que nuestro pasado puede llegar a arruinar nuestra relación con alguien que amamos por temor a que se genere una idea errónea de nosotros? Y, de forma equivocada, creemos que ocultarlo es lo mejor para ellos, cuando en realidad, sólo se está prolongando lo inevitable.
La redención ante el pasado
Siempre ante ese conflicto ante esos acontecimientos, existe un punto de quiebre en los seres humanos que hace que desenterremos nuestro pasado para poder enfrentar el presente. Y Kratos no es la excepción, por lo que es obligado a desenterrar sus legendarias e infames Espadas del Caos.
Aquellas espadas que representaron el punto más bajo en la vida del espartano y crearon los recuerdos más dolorosos de él deben salir una vez más para salvar la vida de su hijo. Y ahí se da cuenta que ya no puede seguir ocultándolo más, pero aún no acepta del todo esa elección.
Pero al darse cuenta que, tras revelarle a Atreus que es un dios se vuelve engreído y soberbio, tiene que deshacerse de todas esas ataduras autoimpuestas para volverse un padre de verdad y sacarlo del camino en el que alguna vez estuvo. Y a partir de ahí, el jugador percibe que la redención de Kratos no consiste en ser superior, sino de guiar a su hijo para que se convierta en un mejor hombre del que el espartano fue en el pasado.
¿Cuántas veces nosotros, a lo largo de nuestra vida, nos vemos reflejados en un ser determinado debido a nuestras acciones que consideramos erróneas? Esa es probablemente la misma pregunta que el espartano se hizo en su cabeza al encontrarse reflejado en su pequeño hijo. Y ahí comprende el porque de las acciones de su padre.
También se da cuenta del motivo principal del porque Kratos era tan indiferente hacia él. Y al comprender esa parte, la relación entre ellos dos cambia completamente debido a que se da cuenta que su progenitor daría su vida con tal de proteger a su hijo.
El verdadero significado del viaje
Si bien el detonante para que padre e hijo se involucraran juntos para alcanzar un objetivo común fue la muerte de Faye, dicho suceso apuntaba a algo mayor. Eso era que tanto Atreus como Kratos dejarán de verse como dos extraños y comenzarán a trabajar juntos como una familia. Una familia cuya unión se ha vuelto inquebrantable.
Además, Kratos se da cuenta que este viaje ha servido para que finalmente, tras varios años de combatir sus demonios internos, se ha liberado de la culpa de todos sus actos, logrando su tan ansiada redención. Y es consiente que la misma podrá ser completada hasta que Atreus se convierta en un dios capaz de decidir su destino, sin utilizar sus poderes para dañar y/o perjudicar al inocente.
Sin embargo, el viaje fue el preludio para un conflicto mayor, el temible Ragnarök, la guerra que dará fin al mundo como lo conocemos para dar paso a un nuevo mundo. Y tras los sucesos de la entrega anterior, la llegada de este infame acontecimiento está más cerca que nunca.
Con la relación padre e hijo más fuerte que nunca, viene la interrogante:
¿La unión entre ambos será suficiente para afrontar la temible guerra?
